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Quejas de Jeremías

¡Me sedujiste, Señor,
    y yo me dejé seducir!
Fuiste más fuerte que yo,
    y me venciste.
Todo el mundo se burla de mí;
    se ríen de mí todo el tiempo.
Cada vez que hablo, es para gritar:
    «¡Violencia! ¡Violencia!»
Por eso la palabra del Señor
    no deja de ser para mí
    un oprobio y una burla.
Si digo: «No me acordaré más de él,
    ni hablaré más en su nombre»,
entonces su palabra en mi interior
    se vuelve un fuego ardiente
    que me cala hasta los huesos.
He hecho todo lo posible por contenerla,
    pero ya no puedo más.

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